Por Pau Abad
En solo una semana, más de 1.300 visitantes han llegado desesperados al que quizá sea ahora uno de los destinos más solicitados entre las famosas islas griegas, lo que ha provocado un importante colapso en los centros de alojamiento de la isla. Lo más sorprendente de esta noticia es que no se trata de Santorini (foto) ni de Mikonos, sino de Lesbos. Y como te habrás podido imaginar al mencionarte Lesbos, no se trata de turistas en el más estricto sentido de la palabra, y los centros de alojamiento no son precisamente hoteles de cinco estrellas.
Lesbos, esa isla que fue tan famosa allá por 2015, pero que parece haber caído en el olvido. «¿Siguen llegando refugiados?», te estarás preguntando. Como has leído, más de 1.300 personas en una semana, y 5.400 desde principios de julio. El verano y el buen tiempo es buena época para todos, tanto para los que van a Santorini en yate como para los que van a Lesbos en una barcaza hinchable abarrotada de gente sin saber nadar. Gente que sabe que atraviesan el mismo mar que se ha tragado a cientos de personas que, como ellos, no vieron otra salida a su situación.





Este flujo tan intenso de refugiados a la isla en tan solo una semana no se recordaba desde marzo de 2016, según dice EuroRelief, la ONG local a través de la cual canalizamos la ayuda y los equipos que enviamos desde GAiN. EuroRelief gestiona gran parte de las tareas en el campo de refugiados de Moria que, a pesar de tener capacidad para 3.000 personas, a día de hoy aloja a 9.700 refugiados que huyen de guerras o de la pobreza y la falta de oportunidades de sus países. Y una última cifra que pone los pelos de punta: de esos 9.700, 4.000 son menores de edad.

Mientras el foco de la inmigración se centra ahora en una herramienta política llamada Open Arms, parece que nos olvidamos de que todavía existen campos de refugiados como el de Moria en Lesbos. Miles de solicitantes de asilo que tienen que luchar día a día con la incertidumbre, la desesperación y la nostalgia de una vida que tuvieron o que quisieron tener. Miles de personas víctimas de un engaño. Algunos engañados desde su país de origen por las promesas de un futuro libre de trabas en Europa, otros engañados por las promesas de asilo de los países europeos, y otros engañados por sueños infundados de una vida imposible en un mundo injusto y desigual.
Pero en el camino del desengaño hay un momento en el que todo puede empezar a cambiar. Es el momento en el que te das cuenta de que, igual que hay personas que te engañan, también hay personas que te tienden la mano para ayudarte a salir del atolladero en el que te has metido (o, más probablemente, te han metido).
Por eso seguimos estando presentes en el campo de refugiados de Moria. Quizá no podamos sacarles de ahí y darles la oportunidad de una vida estable. Lamentablemente, eso está en manos de los mismos gobiernos que les han cerrado las puertas. Pero sí está en nuestra mano preocuparnos por ellos, acompañarles en un proceso tan difícil de digerir, mostrarles que la ayuda desinteresada y el amor incondicional existen, aunque sea con detalles que a nosotros nos parecen insignificantes.
Basta de predicar y ¡manos a la obra!




