Por Wesley Wright
Atrapado entre el ajetreo de la calle principal del campo de refugiados de Moria, se podía palpar la melancolía. Sin embargo, también había esperanza en los rostros de aquellos con quienes me cruzaba. Estaba buscando una familia específica que todavía no tenía donde alojarse ya que acababan de llegar a Moria la noche anterior. Entonces vi a una pareja con caras cansadas por el largo viaje, acompañados de sus dos niños pequeños. La esposa estaba embarazada de 9 meses y, por lo que me contaban, se había caído al salir del barco la noche anterior. Eran ellos.
Por culpa de la excesiva saturación del campo de refugiados, todo lo que pude hacer fue darles una tienda de campaña y un par de mantas. Cartón y un poco de relleno era la única opción para conseguir algo más de aislamiento. No había nada más que pudiese hacer. Esto es lo más difícil de asimilar cuando sirves en el campo de refugiados de Moria. A menudo no hay nada más que uno pueda hacer para ayudar ya que los recursos son muy limitados debido a la sobrepoblación del campamento.

En septiembre, junto con un equipo de GAiN de España y Holanda, tuve la oportunidad de servir en el campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesbos (Grecia). Lesbos es una gran isla que, en algunos puntos, no dista más de 6 kilómetros de la costa de Turquía. El campo de refugiados de Moria es el mayor campo de refugiados en Europa, donde viven centenares de familias que se han visto obligadas a abandonar sus hogares debido a la guerra, la persecución y la pobreza extrema. En la mayoría de los casos, si no se iban, morirían. Con mucha esperanza y poco dinero, estas personas hacen el largo y traicionero viaje que culmina en una peligrosa travesía marítima que se ha cobrado ya miles de víctimas.
El campamento tiene capacidad para 3.000 personas y llegó a 13.000 durante nuestro tiempo allí. Pero no se quedó ahí. A día de hoy son en torno a 16.000 ¡su cifra más alta desde que existe! Durante nuestro tiempo allí, cada día llegaban unos 400 refugiados en botes poco preparados para cruzar un mar tan engañoso. Muchos de ellos eran (y siguen siendo) niños pequeños e inocentes.
Alabanzas
Hay muchas caras e historias de aquellos a quienes ayudé específicamente y que recordaré para siempre. Siempre recordaré mi tiempo con Paul. Una tarde, mientras trabajaba en la zona para los niños menores no acompañados (MENA), oí a un joven cantando una canción de alabanza. Me sorprendió escuchar una alabanza en el campo de refugiados, así que me puse a conversar con Paul y me compartió su increíble historia de supervivencia.
Tenía 17 años y había llegado hace 8 meses desde Camerún, un país dividido por la guerra. Paul hablaba inglés, lo que significaba que la policía iba detrás de él y su familia ya que actualmente están persiguiendo a los cameruneses de habla inglesa. Paul escapó de un ataque brutal, pero su madre, su padre y su hermano no sobrevivieron. Paul fue capturado junto con su hermana por la policía, los cuales abusaron de ellos. Finalmente logró escapar.
Los ojos de Paul se llenaron de lágrimas muchas veces mientras compartía su desgarrador viaje a Lesbos. Pude hablarle sobre mi versículo favorito en la Biblia y él compartió su canción favorita conmigo. Antes de separarnos, nos dimos ánimos mutuamente para seguir en el camino de la fe a pesar de los retos.
Por lo que a mí respecta, seguiré usando cualquier medio para contar las historias de estos muchos viajeros errantes que viven en el campo de Moria y que andan en busca de una vida mejor. Para muchos de ellos el viaje solo acaba de empezar.